No
se preocupen, decía la enfermera. El feto todavía no se ha formado. En esta
etapa del embarazo, el útero contiene únicamente una masa de tejidos
ensangrentados; eso es todo.
Nos encontrábamos en el estado de Florida
de Estados Unidos, en una de las nuevas clínicas de aborto. Mi esposa y yo
habíamos decidido investigar la posibilidad de un aborto. Este primer embarazo
de mi esposa había llegado en un momento inoportuno. No estábamos preparados
para tomar los roles de padre y madre. Ambos nos habíamos entregado a nuestros
respectivos empleos, y el trabajo se había convertido en un estilo de vida para
nosotros. Tal era nuestra devoción a nuestra carrera que la idea de tener hijos
tendría que esperar. Primero había que lograr otras metas, como la casa con que
soñábamos.
En cuanto al aborto inducido, estábamos un
tanto divididos. Yo mismo no estaba muy cómodo con el aborto, pero trataba de
verlo con una mente abierta. Mi esposa no sabía nada de lo que se conoce como
el derecho del bebé a la vida. Por lo tanto, ella veía el aborto inducido más o
menos como un proceso anticonceptivo.
La cuestión del aborto inducido en esos
días había alcanzado proporciones de primera plana en Estados Unidos. Dos
frentes luchaban, cada uno por probar su punto de vista. Unos alegaban a favor
del aborto inducido pagado por el estado para madres de bajos recursos. Otros
condenaban el aborto como infanticidio legal. Mientras se libraba esta batalla
de opiniones, mi esposa y yo nos encontrábamos frente a una decisión. Y las
únicas bases con que encontrábamos eran nuestra conciencia y la opinión
popular.
En medio de este conflicto de opiniones
públicas, yo veía el asunto desde un punto de vista mucho más personal. Según
la ley, dentro de tres semanas tendríamos el derecho de realizar un aborto
inducido en una clínica privada. A medida que se acercaba la fecha, la idea de
matar a un bebé antes de nacer se volvía cada vez más real para nosotros. Por
una parte, éramos asediados por amigos que hablaban en contra de cometer tal
homicidio. Por otra, se nos decía que solamente se trataba de un sencillo
procedimiento de la extracción de material del útero.
Estábamos convencidos de que no contábamos
con los recursos económicos necesarios para asumir los gastos que vendrían con
un niño. Además, ninguno de los dos estaba en condiciones emocionales de asumir
la responsabilidad de padre o madre. Así que, fijamos la fecha pero no sin una
cierta inquietud desconcertante.
El jueves a las cinco de la tarde nos
informó la enfermera. Para ella no era más que una rutina. Sería bueno que la
señora sacara uno o dos días libres.
Los días se volvieron interminables antes
de la cita. Hablamos muy poco del tema. Evitábamos el tema del aborto en
nuestras pocas conversaciones. Revivir el tema sólo servía para intensificar
nuestra agonía, y cuanto menos se hablara del asunto, mejor. La decisión que
habíamos tomado, después de muchas conjeturas, era una decisión en conjunto. No
queríamos hablar más del asunto.
El jueves amaneció con cielo despejado y
nosotros iniciamos el día como de costumbre. Ambos partimos con destino a
nuestros respectivos trabajos. Habíamos pedido permiso para salir temprano. “Tenemos
que atender unos asuntos urgentes”, fue la excusa. De mal humor, nos aplicamos
a nuestras labores, esperando fervientemente que el día transcurriera
rápidamente. No podíamos esperar a que llegara la hora de la cita.
Para el alivio de ambos, la hora señalada
llegó.
Unos tres años después estuvimos viendo
unas fotografías impactantes. La “masa de tejidos ensangrentados” de la que
tanto nos habían hablado se veía en aquellas fotografías…sólo que algo no
encajaba. Del puño de carne humana, roja y medio machacada, salían brazos y
manitas diminutas. Cada manita estaba completa, con los deditos perfectamente
formados. Las piernas y los brazos eran visibles en medio de la masa
sangrienta.
Las fotografías correspondían a niños
abortados en condiciones totalmente legales. Cuando vimos esas fotografías, no
pudimos contener las lágrimas. Nadie nos había contado toda la verdad…mucho
menos aquellos que de manera profesional nos brindaron “asistencia” en la
clínica de abortos.
Sencillamente, nunca lo supimos…
Cuánta gratitud nos inundó cuando pusimos
a un lado las fotografías para contemplar a nuestra pequeña hija rubia de ojos
azules. Qué bello recordar que ese jueves a las 4:30 p.m., casi tres años
atrás, mi esposa y yo habíamos cancelado la cita en la clínica de aborto.
Peter W.
Morris
“Porque tú formaste mis entrañas; tú me
hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas
son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto
de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más
profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban
escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.
¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de
ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy
contigo. De cierto, oh Dios, harás morir al impío; apartaos, pues, de mí,
hombres sangrientos” (Salmos 139:13-19). ¿Cómo se explicaría ese gran interés
de Dios por los niños aun antes de nacer si no fuera por el propósito eterno
que tiene para cada uno de ellos?
Publicado
por:
La Antorcha
de la Verdad
volumen 28,
número 6, año 2.014.
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