martes, 27 de enero de 2015

El jueves a las cinco de la tarde

La enfermera con un modo profesional parecía decir: “Queremos su dinero”.
     No se preocupen, decía la enfermera. El feto todavía no se ha formado. En esta etapa del embarazo, el útero contiene únicamente una masa de tejidos ensangrentados; eso es todo.
     Nos encontrábamos en el estado de Florida de Estados Unidos, en una de las nuevas clínicas de aborto. Mi esposa y yo habíamos decidido investigar la posibilidad de un aborto. Este primer embarazo de mi esposa había llegado en un momento inoportuno. No estábamos preparados para tomar los roles de padre y madre. Ambos nos habíamos entregado a nuestros respectivos empleos, y el trabajo se había convertido en un estilo de vida para nosotros. Tal era nuestra devoción a nuestra carrera que la idea de tener hijos tendría que esperar. Primero había que lograr otras metas, como la casa con que soñábamos.
     En cuanto al aborto inducido, estábamos un tanto divididos. Yo mismo no estaba muy cómodo con el aborto, pero trataba de verlo con una mente abierta. Mi esposa no sabía nada de lo que se conoce como el derecho del bebé a la vida. Por lo tanto, ella veía el aborto inducido más o menos como un proceso anticonceptivo.
     La cuestión del aborto inducido en esos días había alcanzado proporciones de primera plana en Estados Unidos. Dos frentes luchaban, cada uno por probar su punto de vista. Unos alegaban a favor del aborto inducido pagado por el estado para madres de bajos recursos. Otros condenaban el aborto como infanticidio legal. Mientras se libraba esta batalla de opiniones, mi esposa y yo nos encontrábamos frente a una decisión. Y las únicas bases con que encontrábamos eran nuestra conciencia y la opinión popular.
     En medio de este conflicto de opiniones públicas, yo veía el asunto desde un punto de vista mucho más personal. Según la ley, dentro de tres semanas tendríamos el derecho de realizar un aborto inducido en una clínica privada. A medida que se acercaba la fecha, la idea de matar a un bebé antes de nacer se volvía cada vez más real para nosotros. Por una parte, éramos asediados por amigos que hablaban en contra de cometer tal homicidio. Por otra, se nos decía que solamente se trataba de un sencillo procedimiento de la extracción de material del útero.
     Estábamos convencidos de que no contábamos con los recursos económicos necesarios para asumir los gastos que vendrían con un niño. Además, ninguno de los dos estaba en condiciones emocionales de asumir la responsabilidad de padre o madre. Así que, fijamos la fecha pero no sin una cierta inquietud desconcertante.
     El jueves a las cinco de la tarde nos informó la enfermera. Para ella no era más que una rutina. Sería bueno que la señora sacara uno o dos días libres.
     Los días se volvieron interminables antes de la cita. Hablamos muy poco del tema. Evitábamos el tema del aborto en nuestras pocas conversaciones. Revivir el tema sólo servía para intensificar nuestra agonía, y cuanto menos se hablara del asunto, mejor. La decisión que habíamos tomado, después de muchas conjeturas, era una decisión en conjunto. No queríamos hablar más del asunto.
     El jueves amaneció con cielo despejado y nosotros iniciamos el día como de costumbre. Ambos partimos con destino a nuestros respectivos trabajos. Habíamos pedido permiso para salir temprano. “Tenemos que atender unos asuntos urgentes”, fue la excusa. De mal humor, nos aplicamos a nuestras labores, esperando fervientemente que el día transcurriera rápidamente. No podíamos esperar a que llegara la hora de la cita.
     Para el alivio de ambos, la hora señalada llegó.


    

     Unos tres años después estuvimos viendo unas fotografías impactantes. La “masa de tejidos ensangrentados” de la que tanto nos habían hablado se veía en aquellas fotografías…sólo que algo no encajaba. Del puño de carne humana, roja y medio machacada, salían brazos y manitas diminutas. Cada manita estaba completa, con los deditos perfectamente formados. Las piernas y los brazos eran visibles en medio de la masa sangrienta.
     Las fotografías correspondían a niños abortados en condiciones totalmente legales. Cuando vimos esas fotografías, no pudimos contener las lágrimas. Nadie nos había contado toda la verdad…mucho menos aquellos que de manera profesional nos brindaron “asistencia” en la clínica de abortos.
     Sencillamente, nunca lo supimos…
     Cuánta gratitud nos inundó cuando pusimos a un lado las fotografías para contemplar a nuestra pequeña hija rubia de ojos azules. Qué bello recordar que ese jueves a las 4:30 p.m., casi tres años atrás, mi esposa y yo habíamos cancelado la cita en la clínica de aborto.
Peter W. Morris
 

     Comparemos el gozo de esta pareja con la culpa espantosa que cargan aquellos que deliberadamente le han arrebatado la vida a su bebé en el vientre. Considere el asombro del salmista por la manera tan íntima e intrincada en que Dios forma y une las delicadas partes del cuerpo del bebé, desde la concepción hasta el nacimiento.
     “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo. De cierto, oh Dios, harás morir al impío; apartaos, pues, de mí, hombres sangrientos” (Salmos 139:13-19). ¿Cómo se explicaría ese gran interés de Dios por los niños aun antes de nacer si no fuera por el propósito eterno que tiene para cada uno de ellos?
Publicado por:
La Antorcha de la Verdad
volumen 28, número 6, año 2.014.